sábado, 27 de julio de 2013

POEMAS FAVORITOS. Aniversario.



GABRIELA MISTRAL
"ANIVERSARIO"




En Marzo pasado, se cumplieron 61 años de la muerte de Miguel Hernández, a causa de varias enfermedades contraídas en la prisión de Alicante, donde estaba preso por escribir poemas "políticos" y a favor de la República española y sus defensores, lo habían condenado a 30 años de prisión, después de comparecer ante un tribunal de inquisidores y censores que en principio, lo condenó a muerte, pero gracias a la intervención de personajes influyentes, esta pena le fue conmutada por los 30 años mencionados, irónicamente, estar preso, enfermo y no atendido fue finalmente su condena de muerte.

"Aniversario" fue escrito por Gabriela Mistral, como homenaje a Hernández, para recordar al mundo su injusta y arbitraria muerte, pero sobre todo para cantar su amor por el amigo que murió por escribir a la vida, la libertad y el amor.




ANIVERSARIO.

Todavía, Miguel, me valen, 
como al que fue saqueado, 
el voleo de tus voces, 
las saetas de tus pasos 
y unos cabellos quedados, 
por lo que reste de tiempo 
y albee de eternidades.
Todavía siento extrañeza 
de no apartar tus naranjas 
ni comer tu pan sobrado 
y de abrir y de cerrar 
por mano mía tu casa.
Me asombra el que, contra el logro
de Muerte y de matadores,
sigas quedado y erguido,
caña o junco no cascado
y que, llamado con voz
o con silencio, me acudas.
Todavía no me vuelven 
marcha mía, cuerpo mío. 
Todavía estoy contigo 
parada y fija en tu trance, 
detenidos como en puente,
sin decidirte tú a seguir, 
y yo negada a devolverme.
Todavía somos el Tiempo, 
pero probamos ya el sorbo 
primero, y damos el paso 
adelantado y medroso. 
Y una luz llega anticipada 
de La Mayor que da la mano, 
y convida, y toma, y lleva.
Todavía como en esa
mañana de techo herido
y de muros humeantes
seguirnos, mano a la mano,
escarnecidos, robados,
y los dos rectos e íntegros.
Sin saber tú que vas yéndote, 
sin saber yo que te sigo, 
dueños ya de claridades
y de abras inefables 
o resbalamos un campo 
que no ataja con linderos 
ni con el término aflige.
Y seguirnos, y seguimos, 
ni dormidos ni despiertos, 
hacia la cita e ignorando 
que ya somos arribados. 
Y del silencio perfecto, 
y de que la carne falta, 
la llamada aún no se oye 
ni el Llamador da su rostro.
¡Pero tal vez esto sea
¡ay! amor mío la dádiva
del Rostro eterno y sin gestos
y del reino sin contorno!

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