GUY DE MAUPASSANT.
FÉLICIEN ROPS.
"Imprudence", dibujo de Félicien Rops.
...y poco a poco, como en un juego, le fuí quitando a mi amiga, una a una, todas sus ropas; ella cedía sin dejar de resistirse, ruborizada, confusa, retrasando siempre el instante fatal y encantador.
No llevaba ya más que una corta camisa blanca cuando se abrió de improviso la puerta y apareció Madame Kergaran con una vela en la mano y el mismo atuendo que Emma.
De un brinco me aparté de su lado y me quedé de pie, aturdido, contemplando a las dos mujeres, que se estudiaban. ¿qué iba a suceder?
La patrona exclamó en tono altivo que jamás le había oído: -En mi casa no quiero golfas, Monsieur Kervelen.
Yo balbucí:
-Pero Madame Kergaran, la señorita es amiga mía. Ha venido a tomarse una taza de té.
La otra replicó:
-Para tomar té nadie se queda en camisa. Hágala usted salir en seguida.
...-Ayude usted a la señorita a vestirse y sáquela de aquí inmediatamente.
...Regresé, Madame Kergaran me aguardaba en el primer piso y yo fui subiendo la escalera con paso lento, esperándomelo todo.
El dormitorio de la patrona estaba abierto. Me hizo entrar, diciendome en tono severo:
-Debo hablarle, Monsieur Kervelen.
Pasé ente ella con la cabeza baja. Colocó la vela sobre la chimenea y, cruzando los brazos sobre sus opulentos pechos, que mal cubrían una fina camisola blanca, exclamó:
-Bien, Monsieur Kervelen, por lo visto toma usted esta pensión por una casa pública.
-No, no, Madame Kergaran. No debe usted enfadarse, se lo ruego,. Ya sabe usted lo que es un jóven.
Ella me respondió:
-Sé que no quiero golfillas en mi casa, entérese. Sé que haré que respeten mi casa y la reputación de mi casa. ¿Ha comprendido?
Siguió hablando durante veinte minutos por lo menos, acumulando motivos para indignarse...
El hombre es un animal muy extraño, y yo, en vez de escuchar, me limitaba a contemplarla...Tenía unos senos soberbios, gallardos, firmes, blancos y grandes, quizá un poco en exceso, pero lo bastante tentadores para darme escalofríos en la espalda...Jamás había imaginado la verdad, que hubiera unas cosas así bajo la ropa de lana de la patrona. Parecía haber rejuvenecido diez años al desnudarse. Y de pronto comencé a sentirme muy raro...¿cómo lo diría? sobresaltado. Volvía a encontrarme ante la patrona en idéntica situación a la que se interrumpió hacía un cuarto de hora en mi dormitorio.
Y detrás de ella, al fondo en la alcoba, se veía su cama. Estaba entreabierta, aplastada, mostrando en el hueco de las sábanas la presión del cuerpo que allí se había acostado. Y yo me decía que en aquel lecho se debía de estar muy bien y muy tibio, mucho más tibio que en el mío, ¿Por qué tibio? Sin duda a causa de la opulencia de las carnes que lo ocupaban.
La patrona seguía hablando, pero con más dulzura, en plan de amiga franca y amable que no desea más que perdonar.
Balbucí:
-Mire...mire...Madame Kergaran...mire...
Como ella callase para esperar que continuara, la tomé entre mis brazos y comencé a besarla, pero a besarla como un hambriento, como un hombre que lo está esperando desde hace tiempo.
Ella se debatía y volvía la cabeza, aunque sin enfadarse demasiado, mientras no dejaba de repetir maquinalmente, según su costumbre:
-¡Sinvergüenza, sinvergüenza, sin...!
No pudo concluir la palabra pues yo había conseguido alzarla y la arrastraba, estrechandola contra mí. En determinados momentos uno se siente muy fuerte.
Llegué a la cama y caí encima, sin soltarla.
Efectivamente: se estaba allí muy bien y muy tibio.
Una hora más tarde la patrona se levantó para encender una nueva vela, pues la anterior se había consumido. Y al regresar a mi lado, mientras colocaba una pierna redonda y mórbida bajo las ropas, exclamó con voz mimosa, satisfecha y quizás agradecida:
-¡Sinvergüenza...sinvergüenza...!*
* Tomado de "La Patrona", cuento de Guy de Maupassant.