Atlántica y el rústico.
MARÍA BARANDA
1.
Mi Amigo es de la tribu de los hombres solos.
Ve el mar. Mira su cinta sílex, su oscura bolsa varonil. Lo admira.
Vive en el Arboritum de las cosas simples. Sabe el origen de lo epidérmico, el número de vértebras de las serpientes, el tronco descastado de los pipirigallos y las formas incomprensibles de los ranúnculos. Señala siempre el vértigo capilar de la palabra mar.
Busca en mapas Las Indias, sus frescos álamos de tinta.
Su juego es el látigo que lo consuela, lo provoca y lo pone profético a girar.
Mi Amigo ve el mar, su quemazón en la tiniebla, su leche consumida, su labio terminado en ojo. Su infancia, luz perdida entre las patas de un arácnido, una herida abierta a la piedad. Pasto amargo y la ceniza.
Su oficio, fósil flor que lo despeña cuando tiembla, su paso lapidado hacia nosotros, ¡niños que no sabemos recordar!
¿Celda branquial, opérculo? ¿El Sol un buche gástrico, la Luna un ácido en su cuerpo?
Mi Amigo dice el mar altivo y confidente, salaz en su extensión con mil plumas de elegía con mil pájaros que lo recorren y aparecen y vuelven siempre a aparecer.
Su vida: un órgano en reserva, una sustancia adventicia. Mi Amigo se tiende improvisado, frugal.
Una raíz se hace por sus barbas, le crece el mar y su humareda, su rápida sonrisa de adivino con cien máscaras de bronce, abismal.
Se designa en el género del Felis. Catafalco, colmenar, se llama indistintamente: Felis catus, Felis pardus, Felis tigris, Felis mar.
Su vida empieza con el cálculo de la aventura, con el último errar de la embriogenia. Pifa y lanza piedras a la orquesta de pájaros acuáticos que lo molestan.
Para mi Amigo la palabra amor no tiene anatomía, no conoce ahí tipo animal. Su cuerpo es una materia córnea, calcárea, donde alisa el verbo, se enracima y comienza un sueño.
Soñé, me dijo, que había flores sin albura, de un solo corazón abierto. Los radiolarios con sus cuerpos melancólicos vertían sobre ellas la constancia del agua, como una especie de boca nocturna en el frescor de sus sentidos.
¡Libéluas! El cuerpo, la simbiosis en la nudosidad de las leguminosas. De las plantas -piensa- el muérdago chupador, las humícolas.
Mi Amigo habla ahora de microbios. Su ojo, dice, es una vibración tan luminosa, que no hay oído de por medio, no hay ventana oval para un secreto. Yo podría ser un Miembro Superior de aquella especie, un ciliar.
Se hace una cura con una flor de púrpura y una yerba semejante a sus testículos. Sabe que eso le quitará el encendimiento.
Los rayos de la luz ya están gastados. Mi Amigo deja el cuerpo, se abraza como un gallo a los pedúnculos. Se frota el cuero con la lengua.
A veces lo profundo es un viso de luz en sus entrañas.
Mi Amigo ahora está en el limbo dividido: tiene una escotadura y una dentada. Pronuncia la sangre que procura, sus sílabas ventrales, sus escamas. Animal para él significa una penumbra. La espora de su sed es el fuego que lo cruza.
Su cuerpo es el del hombre solo. Su tribu, una larva.
3
Venus lava sus genitales en la selva. Los purifica.
De púrpura su vista se engaña a la advertencia.
Siete veces bebe la pócima de cola seca con miel ática
y una onza de azafrán para henchir su cuerpo.
Es el ascenso.
Sabe que en su tribuna de siemprevivas y girasoles
el grito es un rastrojo que se acrecienta.
Toda la claridad en la inmundicia que lo separa del avispero.
Son los signos sutiles lo que no enfrenta.
La potencia del ojo es el límite de su fuerza.
Coloca suavemente cordones blancos junto a unos bulbos.
Iridisciones. Recuerda el vermis formado en periferia. La sustancia dispuesta
en el árbol de la vida. Y por delante, la parábola superior: colmadamente.
Su frescor es el del vino maduro, su olor el de los collados pedregosos. La copa
de succión son sus anhelos, en células de asombro el índigo es una
página de vidrio. Apunta.
Ojo pendiente, visible, pecíolo. Todo para nadar es superficie.
Mi amigo se prolonga al fondo del mar en formación de greda.
Sucede que se asocia con la vida individual. Va con lombrices,
blanda simetría de dos puntos.
En la barranca una ordalía de cardos de desploma. Su voz delira. Percute
la batalla de quien calla. Mi Amigo ama.
Lo sé porque pinta en láminas de uranio: redivivus.
Pronuncia suavemente el nombre del endrino, ha dicho que bajo el mar
hay una arena muy fresca y tan porosa.
Arriba hay una cerca. Subimos por un camino de gruesas costras y lajas
Escocidas. Culebras.
El sol quema la yerba en la ceniza. La aventura de la lluvia es la alquimia
del aire, dice, y yo en sus partículas sé que ama.
Mi Amigo mira el mar en su escritura.
El pájaro de fuego.
IGOR STRAVINSKY
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