VASSALLO-MIKLOS
A la partida de mis papás le siguieron los pasos en la escalera.
Calculé el tiempo que le llevaría a mi hermano desvestir a Milena, colocarse encima de ella y penetrarla.
No fallé.
Cuando abrí la puerta de su cuarto, András apenas se preparaba para embestir a Milena, colocada en cuatro puntos sobre la cama, la grupa alzada.
El chiflón hizo que mi hermano menor apretara las nalgas.
No se volvió a verme, pero su estertor acusó su conocimiento de mi presencia en el umbral.
András se vino un instante antes de iniciar su cópula con Milena, su semen vertido sobre la colcha, ni siquiera alcanzó a bañar su piel.
Abatido, mi hermano menor se dejó caer sobre ella, su cuerpo aùn sin mancillar, y se refugió más allá de uno de sus hombros, entre su lacia cabellara negra.
Milena se asomó a verme por encima de su otro hombro, el gesto de frustración transformado en lúbrica sonrisa.
Cerré la puerta.
Regresé a mi cuarto.
Quince minutos después, Milena llegó a hacerse cargo de la erección que amasé para recibirla.
Antes incluso de tocarla, ella se sentó sobre mi regazo y se dejó rellenar la entraña por mi pene enhiesto, un monumento a la disponibilidad.
La cópula fue breve pero feroz.
Ella ahogó un gemido pero yo no contuve el bramido de placer cuando me desparramé en su interior^.
Tomado de "Brama", novela de David Miklos.